Un venezolano en Noruega.

22 11 2010

Como todos ustedes ya saben, soy de esos que fervientemente se oponen a la idea de vivir en otro lugar diferente a Venezuela. Pese a los constantes males que nos aquejan sigo creyendo que este país tiene que empezar a construirse desde algún lado y con algunas personas. Quienes no estén dispuestos a eso, me lo maman.

Pero a lo que he venido hoy no tiene nada que ver con mi ilusa campaña.

Muchos sabrán que Noruega es el país más pacífico del mundo, pero ¿se han imaginado cómo sería vivir allí? Pues yo sí.

1er MES EN NORUEGA.

«Coño, que arrecho todo esta «caucacidad» (inventado y todo, mi pana)» Sería la primera impresión de cualquier venezolano asqueado de problemas e inseguridad. Llegamos a un país donde las cosas funcionan, donde los policias se rascan las bolas y rescatan gatos, donde las calles no tienen cráteres lunares, donde los mototaxis son sólo un mito, donde las grandes dudas existenciales se resumen en: «¡Maldita seas, economía primermundista, ¿Por qué debo escojer entre 3trillones de cereales diferentes?!»

Los vecinos son de parca actitud pero estarás seguro de que no reventaran el sonido de su chevette con vallenato hasta no dar más y ten por seguro que su perro no se cagará en tu patio, ni romperá las bolsas de basura.

No hay cadenas presidenciales, todo está limpio y bonito. La cosa va del carajo.

2do MES EN NORUEGA

«Bueno, todo muy bonito de verdad, pero todo es como demasiado tranquilo, chamo» Es la frase de apertura de una llamada telefónica que recibe el venezolano de un pariente (mamá, papá, hermano, una tía, una abuela, el culito. Lo que sea).

El venezolano empieza a buscar la harina pan pa hacer sus arepas, pues está cansado de la comida nórdica. La consigue, pero le cuesta la mitad del sueldo conseguir el jodido paquete. No importa, antojo resuelto.

Ya empieza a hacer falta el ocasional tiro nocturno, el ciudadano en globovisión o alguna absurda cadena en la que expropian/ignaguran una fábrica de chupones de totuma.

Todo sigue bien…Hasta ahora.

3er MES EN NORUEGA.

No pasa absolutamente nada. Toda la vida parece estática y la gente se convierte cada vez más en personajes salidos de un cuadro: sonrientes y sin vida.

El venezolano entra a una tienda y roba un chicle a ver si lo arrestan, se forma un peo o si al menos se asoman las doñas del cafetal a gritar «¡Ay Dios mío, santísimo padre redentor de nuestros pecados, ahí está ese pillo intentado robar!» NA-DA. No pasa nada. Es más, el dueño del abasto le regala el chicle y se declará culpable ante la policía por ser «mala gente».

Como el perro del vecino no jode la paciencia, el venezolano se compra uno y lo pone a comer chocolate de la más fina calidad a ver si al menos le caga la sala. El perro, muy educado, va a la poceta y se sienta con un periódico canino.

Ya que no hay música ni dantescos personajes bailando al ritmo de ella, el extranjero compra un estereo del tamaño de la casa y lo pone a toda mecha. Ningún vecino se asombra; él pierde los ánimos de tomar cerveza.

1er AÑO EN NORUEGA

El venezolano compra pico y pala y empieza a cavar huecos en las calles, a ver si alguien cae. Destapa alcantarillas, pone conos, pero todos sus esfuerzos son en vano, pues las naves espaciales noruegas flotan con paso ligero sobre ellas.

La policía, que casi parece una profesión secundaria, ni se inmuta ante tal acto vandálico. Así que el desesperado extranjero compra pintura amarilla y pinta un gran «PM» en el módulo policial, luego golpea hasta casi matar al policía y éste, sonriente, lo inscribe en clases de aikido dictadas por el doble de Steven Segal, porque pega cómo una «marica».

El venezolano piensa en comprar una moto para crear caos en las trancas de la autopista, pero descubre qué es una pésima idea, ya que hay 500mil autopistas y el tráfico no es problema alguno. El venezolano se agota. Tanta facilidad no es vida para nadie. No existe color, matices ni vida alguna.

El venzolano, con frente en alto, regresa a su tierra, a comer arepas, beber cervezas y disfrutar el calor de la gente venezolana. Los suyos; su sudor y sangre; su tierra y su vida.

Yo sinceramente dudo que seamos infelices viviendo en un país dónde las cosas realmente funcionen, pero también dudo que seamos completamente felices viviendo cómo nómadas en el mundo. Me rehuso a ser un «lobo estepario», un naúfrago, un barco a la deriva (coño, Guillermo Dávila es el elemento, así que me permito decir ésto).

Seguiré diciendo que creer en Venezuela es más barato que mudarse a Australia.

Luis Machín.